3 reflexiones abiertas sobre tecnología, personas y organizaciones públicas

Nieves Escorza es Licenciada en Ciencias Políticas y de la Administración, especializada en gestión y evaluación de Políticas Públicas. Es una combatiente de la comunicación, la transformación y la transparencia de las organizaciones públicas en primera línea de fuego, como responsable de Innovación y Transparencia en el Ayuntamiento de Pinto.

Sirvan estas 3 reflexiones para remover conciencias, provocar planteamientos, ayudar a disolver amarguras y nunca dejar de luchar por un mejor servicio público.

Daguerrotipo de Schopenhauer.
Schopenhauer aprueba este post. Fuente

Lo humano de las TIC en lo público

Nunca pensé cuando mi familia me regaló un AMSTRAD, para que me lo llevase a la universidad (sí, soy bastante mayor, pero también algo sabia, ¿vale?), que aquello representaría un antes y un después en la manera de afrontar cada reto que me iba encontrando. Primero en mis estudios de Sociología y después facilitándome la oportunidad de encontrar mi primer y humilde trabajo que no fue, como os imaginaréis, de socióloga. Posteriormente nunca dejé de aprender y paralelamente evolucionar en el manejo de las herramientas informáticas que caían en mis manos.

Dicho esto y pasado el tiempo (no diremos cuanto porque además el avance tecnológico han sido muy rápido), lo que hoy en día nos permiten las nuevas tecnologías es increíble. Nos ayudan, corrigen, apoyan, mejoran, presentan nuestro trabajo y, más allá, se convierten en prestadoras de servicios eficaces, eficientes. Inmediatos de información y participación, permiten la colaboración ciudadana,  y un sinfín de parabienes que nunca antes habríamos podido imaginar.

Pero no debemos nunca olvidar que detrás de cada aplicación o dispositivo tecnológico hay trabajadores y trabajadoras que, además de las competencias digitales imprescindibles hoy en día, tienen criterio. Criterio para concebir y diseñar aplicativos que sean útiles, amables, funcionales, etc., además de informáticamente viables. Criterio para utilizar esas herramientas TIC, sin olvidar el fin de servicio para el que fueron creadas. Un criterio formado, por supuesto, por los conocimientos técnico-administrativos específicos del puesto, pero además por aquellos elementos que representan los valores para una correcta gestión de los recursos públicos.

Nuestras administraciones, hoy, requieren de profesionales con conocimientos interdisciplinares y diversidad de competencias, que pasan, además de por las citadas competencias digitales, por la ética y la integridad, la gobernanza, la innovación, el trabajo en equipo, la comunicación, etc., que con su quehacer diario conviertan a nuestras organizaciones en instituciones sabias, inteligentes y abiertas.

Sino es así, los avances tecnológicos serán mal utilizados y sólo servirán para crear desigualdad. Lo contrario de lo que deseamos.

Por todo ello no debemos “sacralizar” las tecnologías que hoy nos permiten dar mayores y mejores servicios públicos. Debemos darles su lugar, servirnos de ellas, pero tener presente siempre que nosotros, las personas, somos imprescindibles para su concepción y manejo, porque lo que finalmente producimos son servicios directos a la ciudadanía, que tiene derecho a recibirlos, entenderlos y servirse de ellos para mejorar su vida.

 

Sobre la “Memoria Histórica” de las organizaciones

Soy de las que miran hacia delante. Estoy convencida de que el futuro de nuestras administraciones pasa por la innovación, el cambio, la transformación de procedimientos y estructuras y por la adaptación a nuevas formas de hacer y pensar de los que componemos esta comunidad, entre otras cuestiones.

Y esto no solo por la presión de los retos normativos, sino porque la negación de la necesidad de reinventarnos solo nos puede llevar al fracaso en nuestros objetivos de servicio público y a no responder a las demandas ciudadanas en un mundo que se mueve tan deprisa que la inacción significa muerte.

Dicho esto, rompo una lanza en favor de mantener “la memoria histórica” en nuestras administraciones, de aprender de nuestros errores para no repetirlos y del análisis y diagnóstico del porqué “de aquellos barros estos lodos”.

En el contexto en el que nos movemos, en el que cada 4 años potencialmente cambia la estructura política y de decisión y las personas que la componen vienen o no con cierto bagaje sobre lo público, cobra mayor importancia una estructura administrativa fuerte pero flexible. Con la legitimidad de los conocimientos y experiencia, pero diversa en sus perfiles profesionales y con competencias que aporten valor a sus organizaciones.

Es bien sabido que el principal activo de las organizaciones son las personas. Y añado, unido a la magia creativa que se genera de la colaboración, interdisciplinariedad, el diálogo, el debate, el respecto, la empatía, el trabajo en equipos con distintas inteligencias, etc. Esta forma de trabajar junto con el análisis riguroso de la situación, del “de dónde venimos para saber a dónde vamos”, de los planteamientos estratégicos que nos aportan los diagnósticos basados en el compartir conocimiento entre todos los agentes implicados, son algunos de los elementos imprescindibles para cualquier entidad pública que mire al futuro con valentía.

En fin, que no perdamos la memoria, que nunca falte un porqué y un para qué en pos de tener clara nuestra misión y visión. Que nos sepamos visualizar como organizaciones permeables. Que debemos perder el miedo a decir que, a veces, nos equivocamos y que deseamos hacerlo bien. Que crezcamos en todos los sentidos haciendo balance del camino discurrido y que miremos al frente con la osadía del que piensa que mañana será mejor y para ello se moviliza, aporta su grano de arena y nunca deja de aprender.

 

La innovación crea, el miedo paraliza y la maldad destruye

Quizá sea que me voy haciendo mayor o por deformidad profesional pero cada vez con más frecuencia tiendo a pensar en formatos de balance, diagnostico con DAFOS, me propongo retos dentro de mi zona de influencia, me conmueven los hallazgos y no puedo evitar embarcarme en aventuras cuyos objetivos siempre son la creación de nuevas o, cuando menos, mejores formas de hacer las cosas (intento que además esas cosas sean “buenas” parafraseando a Alberto Ortiz de Zárate).

Todo profesional adopta su propia forma de enfrentarse a los desafíos diarios en su puesto de trabajo. De su bagaje, conocimientos, experiencias, su preocupación por el aprendizaje continuo, su curiosidad, sus anhelos profesionales pero también de su valentía dependen la manera que cada uno tenemos de resolver y gestionar nuestro día a día laboral.

Es verdad que el contexto en el que nos movemos es un elemento que nos motiva o nos hace caer en la desilusión. Es cierto que un entorno laboral, donde las personas con las que compartimos el día a día practican la empatía y el respeto hacia el resto, nos influye determinantemente en nuestras decisiones. Pero también es cierto que las personas como individuos tendemos a crear, paralizarnos o destruir y esto tiene que ver con si amamos la innovación, tenemos miedo o somos malos. Así de claro.

Una actitud innovadora nace de una mente inquieta y supone un estado de enamoramiento con la vida y lo que se hace, que te empuja a idear de forma continua nuevas formas de construir. Contra el miedo, el vértigo que te produce cualquier situación de cambio, recomiendo tomárselo como una aventura que si nos sale regular nos aportará experiencia y aprendizajes y que, si nos sale bien, nos hará felices y no solo en lo profesional. Contra la maldad no tengo receta, pero probablemente nazca de inseguridades sin sentido, ya que todos tenemos siempre algo valioso que aportar.

Así, quede esta reflexión para aquellos/as que practicamos el amor y no la guerra, que nos gusta aprender y viajar, “hacer bien las cosas buenas”, somos valientes y no tememos ni a la maldad.

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