¿Ha fracasado el gobierno abierto? algunas reflexiones

Recientemente he tenido la suerte de participar en el encuentro Chile-España para hablar de transparencia y buen gobierno en unas jornadas de muy alto nivel. Tanto, que me cuesta creer estar ahí… pero en todo caso, ahí estaba para hablar de buenas prácticas de transparencia. Así que me puse a pensar sobre qué conocía yo que fuera ejemplo digno para distintas instituciones. Y recapitulando me di cuenta que gran parte de estos proyectos han sido avalados por gobiernos que no han sido reelegidos, o que han tenido problemas para hacerlo. De hecho, si lo pensamos, muchos gobiernos locales y autonómicos se han basado en deshacer el camino andado. Cabe entonces preguntarse si ha fracasado el gobierno abierto.

Casandra cuyas acertadas profecías siempre se cumplían pero no eran favorables, tampoco contaba con buena imagen pública.
Casandra, pionera en el Gobierno Abierto, también tuvo problemas de reelección. Fuente

10 años después ¿ha fracasado el gobierno abierto?

Si rebobinamos a hace 10 años nos encontramos con un mundo que ha definido mucho nuestro presente. Entonces, en plena crisis económica enorme, el presidente de la república francesa, Sarkozy, hablaba de refundar el capitalismo para hacerlo más seguro y justo. Por otro lado, un flamante presidente de EEUU Barak Obama impulsaba de manera definitiva el gobierno abierto para legitimar más las democracias en un mundo dañado por la crisis y con un entorno digital de cambio constante.

No es que Obama inventara esto: abrir el gobierno a la ciudadanía es una tensión democrática normal de nuestros sistemas. A partir de inicios de siglo, con la caída del comunismo y la eclosión de Internet, aspectos relacionados con la participación (por ejemplo, los presupuestos de Sao Paolo y Porto Alegre) o la gobernanza (y la influencia de Renate Maintz) estaban ahí. Pero es cierto que el papel de Obama convirtió esto, que era casi el indie de la política en algo casi «mainstream». Todo el mundo quería participación, innovación, redes, diálogo… o al menos lo decía.

En España gran parte de estas iniciativas se juntaron, a la vez, con los indignados y la nueva política (tanto de Ciudadanos como de Podemos y similares) reclamando mejorar el sistema. En muchos casos se hicieron proyectos extraordinarios… especialmente entre 2015 y 2019, el último mandato local, donde hay más casos para comparar.

Y sin embargo, 10 años después ni Sarkozy ni Obama creo que puedan considerar que sus proyectos hayan sido un éxito. Hay líderes políticos que han mentido abiertamente a sus electorados (Farage, Trump, Johnson, por poner algunos claros ejemplos) sin apenas sufrir desgaste. Por otro lado, parte de los gobiernos locales en España que habían abanderado estas acciones, han perdido y su legado empieza a desmantelarse.

Podemos no culpar al gobierno abierto de estos resultados (creo que no es «culpable» o «único culpable»), pero si que podemos decir que si su proposito era consolidar la democracia, este propósito está más lejos de cumplirse que cuando empezamos.

La era de la información y la preferencia

Partamos de una premisa que creo que es errónea del gobierno abierto: más información es una mejor toma de decisiones. Este tema se ha tocado enormemente en la economía, pero me temo que, al menos, en determinados ámbitos de la ciencia política, no. Esto es lógico, porque en democracia, hablar de decisiones «erróneas» no es de recibo.

Sin embargo, vayamos a algo más básico. Conocer mejor el sistema y lo que pasa, significa que la gente querrá participar más y mejor en el. Esto si que podemos decir que es incorrecto. No tanto, en mi opinión, porque la gente quiera menos información, sino porque el uso de la información está enormemente sesgado por otros elementos.

Por ejemplo, tenemos más datos que nunca acerca de cuestiones sobre las vacunas, la astronomía o el problema de los alimentos preelaborados. Pues bien, hay más antivacunas, terraplanistas y consumidores cocina precocinada que nunca.

Simplemente, más información o más conocimiento no es garantía de nada, porque hay tanta información y conocimiento que podemos elegir el que más nos gusta. Por cada página de vacunas hay tantas (o más) de antivacunas. Por cada divulgador de alimentación de éxito hay cientos de anuncios que dicen que tal crema de cacao es la mejor. A veces la gente elige entre dos discursos, el que más se acomoda a su vida.

Esto no es distinto en el plano político. Por cada discurso de diálogo, transparencia, datos o rendición de cuentas hay opciones contrarias que, ahora mismo, están teniendo datos, si no por eso, si con eso.

La marca es el medio

Empecemos por lo básico: hoy en día la marca, si no es el medio, es casi tan importante como el medio (perdón sr. Macluhan, no quería abusar de su cita yo también, pero es lo que hay). Es decir, lo que tu dices está enormemente marcado por qué valores, atributos, expectativas y credibilidad te da la audiencia a la que te diriges. CNN puede decir literalmente lo que le de la gana, que para el electorado de Trump, es mentira, o, incluso siendo verdad, es instrumental para un gran plan de la élite.

Pues bien, resulta muy paradójico esperar que un mensaje de una marca supuestamente desacreditada (el gobierno) difícilmente la va a acreditar. Es aquello de «confíe en mi, soy un mentiroso que no le miente». Esto ya limita una parte del mensaje, pero no lo es todo.

Por otro lado, esto acaba suponiendo una estrategia lógica: desacreditar a la marca y no al mensaje. ¿Para qué va Donald Trump a hablar de cada noticia de CNN si puede decir que todos los medios (menos Fox) conspiran contra él? Es más rápido, más económico y enormemente eficiente.

La emotividad del discurso y de la frustración

Pero vayamos un poco más al fondo. Hemos tomado el gobierno abierto como resultado de un silogismo en un periodo enormemente emocional. Realmente no sé si antes la población era tan emocional (soy muy malo haciendo comparaciones cronológicas sin datos), pero si que sé que en la actualidad, la parte emocional del discurso es la que enlaza a marca con la persona. Es el principio del branding.

Pues bien, creo que el gobierno abierto, hasta la fecha no ha sido capaz de hacer esa conexión emocional. En gran parte porque sus premisas están más basadas en la parte racional que emocional (si sabes más…) y en parte porque la propia institución, muchas veces, ha generado no poca frustración.

Por otro lado, hay que considerar que el discurso del gobierno abierto ha sido, en muchos casos promovido por opciones políticas concretas. Esto, en sí no es malo, pero puede incurrir (e incurre) en una identificación. «Como la participación la promueve X y X me cae mal, me cae mal la participación».

El gobierno abierto como una política pública

Cabe entonces plantearse hasta que punto el Gobierno Abierto es una acción o una política pública. Para aquellos que no os dediquéis a la cosa, las políticas públicas tienen dos elementos fundamentales que las diferencian de la acción pública:

  • El gobierno colabora con agentes privados y de la sociedad civil
  • La administración pretende un cambio en la sociedad, no simplemente el uso o beneficio directo de su acción.

Es decir, en mi opinión, en gran medida, el gobierno abierto ha tenido tanto por hacer que, quizá no ha sido capaz de transmitir el propio cambio que pretende. Ahora muchos y muchas os llevaréis las manos a la cabeza y diréis que «el propio gobierno abierto es el cambio de la sociedad».

Pues bien, me temo que, si de verdad es esto lo que creemos, estamos errando el tiro mucho. Imaginemos que, ahora que estamos en la operación bikini, te dicen «pasa de tu sobrepeso a estar tan musculado como Batista en 15 días»…. a una persona que realmente no quiere estar tan musculado. Por un lado le estresamos, por otro, no le importa, y por último, nos toca las narices.

El cambio social es algo lento y paulatino. Para que una sociedad acepte herramientas de rendición de cuentas, tiene que estar basado en alguna visión o valor social. Por ejemplo, cuando se cerró Extremadura Cumple, otras administraciones con herramientas similares no tuvieron ni el más minimo problema, recurso o petición de otros partidos, en parte porque no sería comprensible que un partido estuviera en contra de esos mecanismos de control. Hay diferentes contextos en los que aplicar diferentes estrategias.

La necesidad de reconectar con la ciudadanía.

Entendamos que el tema de abrir gobiernos es algo bueno y desable. Sin embargo, puede no ser el tema que más importe a todo el mundo. Hemos pecado, por así decirlo, de autocomplacencia que, a veces puede confundirse con la petulancia.

No podemos esperar que una cantidad importante de personas a las que esto no les importaba les importe de golpe. Es más, si no se hila finamente en esta comunicación nos podemos encontrar que hemos creado una herramienta que no han pedido, que no quieren usar y acabemos diciendo «pues eres una persona incivica». Aún es más difícil esperar que, después de eso, les convenzamos.

Tenemos que trabajar en tres pilares:

  • Hacer un gobierno abierto en el que se sienta identificada la ciudadanía a la que queremos abrir el gobierno
  • Generar propuestas de valor (algo que haga que les interese) a estas personas. A veces puede no ser bonito (por ejemplo, puede ser conocer lo que ganan los diputados), pero es mejor empezar sobre lo que tienes que sobre lo que quieres tener.
  • Comunicar argumentos y utilidades a los diferentes públicos y no sólo a la ciudadanía.

Y, lo que es igual de importante: asumir que, incluso haciendo todo esto bien, hay una parte importante de la sociedad a la que no le va a importar ni lo más mínimo, puede que le molestemos, y están en su derecho de que sea así.

Aprendiendo a hacer el gobierno abierto.

Cuando hablo de estas cosas me gusta decir que mi hija de 10 años toca el violín y, aunque lo hace bien, se equivoca mucho. Nadie diría que ella fracasa tocando el violín, sino que está aprendiendo. De hecho a poco que busques encuentras cursos de aprender a tocar el violin para «dummies».

No creo que el gobierno abierto haya fracasado. Creo que estamos aprendiendo a hacerlo y conociendo los problemas que tiene construirlo. Ahora bien, igual que mi hija aprenderá a tocar el violín gracias a que su profesor le dice qué hay que mejorar, en lugar de con su padre diciéndole que lo hace todo bien, los gobiernos tienen que plantearse la misma analogía.

Tenemos que construir un mejor discurso por el gobierno abierto, porque no está saliendo como creemos que debe de salir. Para ello, tenemos que ver en qué falla (y dónde ha fallado, especialmente cuando las cosas han salido bien) y saber qué es lo que hay que mejorar. Y por último asumir que, igual que los recitales de violín, no todo el mundo está por gobiernos que precisen una mayor implicación ciudadana.

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