La e-administración debe morir.

Hace ya algo más de cuatro años y medio, yo estaba empezando con el blog. Por esas fechas, Alberto Ortiz de Zárate, quien había influido mucho en todos mis estudios y visión de la Administración publicaba este artículo titulado e-administración: análisis post-mortem. Podéis imaginar mi sensación: empezar un negocio y que uno de tus referentes diga que la principal rama de actividad está muerta. Me tranquilizó ver que el artículo se centraba más en el gobierno abierto que en el uso tecnológico. Sin embargo, en este tiempo me he dado cuenta de dos cosas.  Primero, la e-administración no ha muerto. Segundo,  más nos valdría a todos que así fuera. Porque mientras centremos la atención en la «e» olvidaremos todo lo demás.

Daguerrotipo de una intervención quirúrgica con Eter
Cirujanos dejando apañada la e-Administración. Fuente.

El determinista viaje de la e-Administración

Electrónica y Administración has tenido una relación firme desde la II Guerra Mundial. Esta se hizo más fuerte desde los años 70. La gran concepción de la e-Administración como una «cosa» viene de la eclosión de Internet en los años 90 del siglo pasado. A partir de ahí, como bien diría el galardonado Juan Ignacio Criado, vivimos entre sueños utópicos y visiones pesimistas. Sueños utópicos de hacer lo que nunca pudimos y siempre soñamos; visiones pesimistas de superar ese punto de inflexión en el que hay demasiado gobierno y Estado y pocas personas.

A partir de ahí, la Administración ha seguido una adaptación de la tecnología similar al zigzagueo de una serpiente. Primero surgen ventanas de oportunidad tecnológica (más o menos residuales), luego pasamos a un voluntarismo normativo que las regula y las impulsa y, finalmente, se consolidan (lo que se puede consolidar) para volver a empezar.

Echando la vista atrás el balance suele ser que sin llegar a lo que aspiramos, es  más de lo que teníamos y que la próxima vez lo haremos mejor y todo saldrá bien.

El balance de la e-administración en España.

Sin hacer una recapitulación demasiado exhaustiva de la evolución de la e-administración en España tenemos.

  • Leyes de Administración electrónica. Hemos tenido la ley 11/2007 y las 39 y 40/2015. Todas ellas leyes muy importantes destinadas a regular el funcionamiento de la Administración en torno a la tecnología. Todo ello sin entrar en lo que tenía de e-administración la ley 30/92
  • Leyes en las que la e-administración es un elemento crítico. Es el caso de las leyes de Contratos del Sector Público, o la de Transparencia.
  • La armada normativa que rodea toda la cosa tecnológica. Si juntamos los Esquemas Nacionales, junto con la normativa europea y nacional de certificación, seguridad, accesibilidad, etc. Todos tienen  un grado de cumplimiento cuanto menos irregular.
  • Una comiteología electrónica sana y robusta. La cantidad de comités permanentes o temporales con diferentes motivos  no hace más que crecer y multiplicarse.
  • Un universo de soluciones tecnológicas gigante y deteriorado. Nos movemos con una enorme cantidad de soluciones. Recursos  tecnológicos generados y ofertados en diferentes términos de licenciamiento, precio y autoría, en términos en los que resulta prácticamente imposible estar al tanto de lo que hay. Esto dificulta cualquier iniciativa de estandarización más allá del cumplimiento de protocolos normativos.

Y ¿Qué nos ha supuesto esto en realidad?

Si vamos a aspectos generales de lo que hay, al menos en España es lo siguiente. El uso de la tecnología como medio de acceso a los servicios públicos es sólo importante en los niveles más bajos de interacción. A partir de los niveles básicos, como pedir información, el resto tiene un uso minoritario y en muchos casos, delegado. La gran mayoría de los usos de la e-administración en España consiste en mirar información sobre dependencias y trámites en la web, lo que arreglas con un gestor de contenidos.

Tenemos, además, una cantidad de obligaciones y requisitos desquiciantes para muchas Administraciones difíciles de seguir para la ciudadanía. Si pensamos en un Ayuntamiento, nos encontramos que necesita disponer de una sede electrónica, una web municipal, un portal de transparencia y (aunque sea integrándose en la AGE) un portal de contratación electrónica. Todos ellos con su requisitos de accesibilidad, protección de datos, encriptado y validación. Para cada uno de estos requisitos hay buenos motivos y razones. La burocracia weberiana se contstruyó, igualmente sobre buenos motivos y razones, y mira ahora.

No quiero que se entienda esto como alguien que está en contra de lo logrado. Tenemos muchos servicios, algunos buenos o muy buenos, y, desde luego, difícilmente verosímiles hace sólo 15 años. Sin embargo creo que todo este esfuerzo en el que nos hemos metido nos ha hecho olvidar el propósito con el que nos metimos en ello.

La muerte de la e-administración

En resumen: un sistema normativo y organizativo altamente complejo, enfocado hacia el interior de la organización con un uso complicado y no muy extendido por parte de la ciudadanía. La diferencia entre la e-administración y la burocracia de los últimos 140 años (aproximadamente) solo se aprecia en el ordenador. Hemos convertido el sueño de una mejor Administración en otro tipo de burocracia con otro tipo de normas en las que, una vez más, aquel al que se sirve, es el último invitado a la fiesta.

Como se dice popularmente: si es confusa como una burocracia, genera problemas al usuario como una burocracia y se preocupa más de las normas internas que de la satisfacción del público como una burocracia, es una burocracia.

No es que no quiera que haya Administración electrónica, es que deberíamos recuperar la ilusión que teníamos cuando conocimos internet. La operativa de la tarea que se han fijado las Administraciones ha convertido un sueño en una rutina. En ella es fundamental el como, pero no es tan relevante el qué. O cómo dirían los teóricos del derecho jesuita: obedezcase, pero que no se cumpla.

En busca de la c-administración

Es por ello que muy habitualmente encontremos catalogados como éxitos elementos que se alejan de la ciudadanía. Indudablemente, son éxitos técnicos, pero no creo que lo sean tanto como servicio. No creo que una administración pueda considerar éxito un servicio en el que su uso o  satisfacción de las personas que lo usan no sean el punto principal y básico de validación.Todo lo  que no parta de esta idea no dejará de ser una especie de despotismo tecnológico: todo para el usuario pero sin el usuario. Y creo que eso nos acerca más a esas visiones pesimistas.

Recuperemos nuestra idea original: hacer una administración más rápida, fácil y sencilla y que, en ocasiones, dé ganas de usarse. Volvamos a soñar que satisfacer y hacer más feliz la vida de las personas es algo que no es solo posible, sino necesario para las democracias del siglo XXI. Una organización que pretende el éxito en la actualidad solo puede estar satisfecha si sus usuarios lo están y eso, me temo, que no es algo muy frecuente con la Administración electrónica.

Por eso creo que lo mejor que podemos hacer es matar a la e-Administración. No es porque no sea útil, sino porque es demasiado fácil y sencillo pensar en la «e» y olvidar que esa «e» sirve para acercarse a la «c». Estamos en un momento en el que si no lo planteamos así, en un futuro nos encontraremos con un sueño de la burocracia moderna: un comité de simplificación de la Administración electrónica, y entonces, volvemos a empezar.

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